Educar con el ejemplo: el arma más poderosa y olvidada

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Es curioso comprobar cómo muchos padres hoy en día quieren que sus hijos aprendar costumbres o valores que les parecen adecuados para los niños, pero que ellos como adultos han decidido ignorar. Vamos a ver por qué creo que quienes obran así están perdiendo una de las mejores armas educativas, y cómo reaccionar cuando se ha estado dando mal ejemplo en algo.

Lo primero de todo, no me cansaré nunca de repetirlo, es respetar al niño. Los niños sólo son más pequeños y están menos desarrollados, pero son tan personas como los adultos, y por tanto merecen el mismo respeto. Y en base a ese respeto que merecen, las normas y enseñanzas a que están sometidos deben ser claras y coherentes, ¿o acaso aceptaríamos de buena gana que nuestro jefe en el trabajo nos pidiera un informe de una forma, y una vez completo, decidiera cambiarlo y hacérnoslo escribir de nuevo?

Pero en segundo lugar, y teniendo en cuenta ese mismo respeto que merecen, debe estar totalmente claro en SU mente, -no sólo en la del adulto- cuáles son los motivos racionales para que ciertas normas les apliquen sólo a ellos y no a los mayores. Y aquí es donde entra el juego ventajista que tantas veces practicamos los adultos: evitamos dar ejemplo de muchas cosas sólo porque somos adultos, o aplicamos reglas sólo a los pequeños, ¡¡pero son reglas y asuntos en los que la edad no importa nada!!
Por ejemplo: con las comidas, muchos padres no toman fruta o verdura sólo por capricho, porque no les gusta, pero pretenden que sus hijos sí las tomen. ¿en base a qué están ellos exentos de eso? ¿es que las verduras y la fruta son malas para los mayores?. Igual que con las comidas, ocurre con multitud de temas, como el orden -cuántos papás no hacen nada al respecto por dejar esa tareas a las madres, pero luego quieren que sus hijos sean ordenados-, el estudio, la lectura, los gritos, etc...
En ocasiones los niños no tienen ni deben tener los privilegios y normas de los adultos. En ese caso, se debe hablar claramente con el niño para explicarle los motivos, pero sólo después de haber analizado el caso y haber concluido que efectivamente es así. Si no, si estábamos ante un caso de "ventajismo adulto", lo que corresponde será pedir perdón al niño, aceptar sus correcciones, y con humildad ayudarse juntos a mejorar en ese aspecto.

Si se mira despacio, resulta que muchos de los defectos o virtudes que se ven en los hijos, no son fruto de lo que se les ha querido enseñar, sino de lo que han visto ellos mismos en sus padres. El mal ejemplo es muy poderoso, pero aún lo es más el buen ejemplo, así que ha llegado la hora de que para conseguir niños mejores, seamos padres mejores.