Educar en valores: ¿justicia, perdón... u otra cosa?

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La Justicia y el Perdón son dos valores especialmente difíciles de transmitir, ya sea con o sin cuentos. Y para colmo, aparentemente, muchas veces parecen estar en contradicción. Por eso quiero hacer una reflexión en voz alta sobre cómo educar en estos valores tan vitales, porque precisamente están en el centro de las relaciones entre las personas.

Empiezo hablando del perdón porque es mucho más fácil. Perdonar es la capacidad de olvidar las culpas de quien se muestra arrepentido. No parece tener ningún misterio: quien nos ofendió se arrepiente, nos pide perdón, y lo perdonamos. Pero sí lo tiene, porque hace falta mucha grandeza para olvidar definitivamente las culpas, y eso es lo que hace que enseñar la virtud del perdón sea tan difícil: nuestros hijos deben vernos en acción, perdonando. Es decir, deben vernos “olvidando las culpas para siempre”. Y ese “para siempre” es extremadamente fácil de romper; basta una discusión acalorada para que terminemos sacando a la luz todo aquello que se supone habíamos perdonado. Y es en ese momento cuando nuestros hijos dicen: “ajá, eso de perdonar se dice con la boca poqueña, al final todos guardan una lista de ofensas...”.

¿Y por qué es tan difícil?, pues porque no llevar esa lista de ofensas es más propio de otro valor humano, mucho más fuerte que el perdón: el amor. Hay que tener el corazón lleno de amor para ser capaz de perdonar. Por eso, si queremos enseñar a nuestros hijos a saber perdonar, tendremos que enseñarles a amar. Quien tiene grandeza suficiente para amar a cualquier persona, tendrá la grandeza para poder perdonar a cualquier persona. Y el perdón es el colchón sobre el que duerme un alma en paz.

Sin embargo, la Justicia es mucho más difícil. Y es mucho más difícil porque siempre está rodeada de malas compañías, y son muchas de esas malas compañías quienes se disfrazan de falsa justicia. Hasta el punto de que, en muchas ocasiones, se comenten grandísimas injusticias en nombre de la justicia.

De todas las falsas justicias, hay una especialmente notoria: la venganza, que básicamente es hacer sentir al culpable un daño similar al que él ha provocado. La venganza es especialmente perversa porque en sus formas más suaves ha conseguido anidar en el corazón de muchas personas de bien. De personas que respetan las normas, que se esfuerzan por hacer las cosas bien y que desean que el mundo sea justo. De personas que se revuelven ante las maldades y perversidades. Y es precisamente en esos sentimientos de ira ante las injusticias y actos crueles de la vida, en los que nace este sutil enemigo de los valores que es la venganza. Pero siempre cambia su nombre, y se autodenomina “deseo de justicia” o algo parecido que suene mejor.

Y en aras de ese deseo de justicia, la venganza fomenta el odio y el rencor, tan perjudiciales para la persona. Y nos hace mirar para atrás, y al ver los daños hechos por el culpable, y el injusto, nos anima a castigar con dureza.

Pero castigar con dureza no es justicia. Como el pasado no se puede cambiar, la justicia debe mirar al futuro aprendiendo del pasado. Por eso, para ser justicia de verdad, tiene que tener dos objetivos claves: buscar la reparación y evitar el daño futuro. Y esto que vale para la justicia en la sociedad, vale también para la justicia en la convivencia, y en la educación. Por eso, ante cualquier decisión que tomemos como consecuencia de un mal acto de nuestros hijos, debemos preguntarnos: ¿repara el mal hecho? ¿evita daños futuros? Si la respuesta no es sí a estas preguntas, no estamos educando, sino simplemente castigando (una estrategia educativa que funciona bastante mal, por cierto). Y cometiendo una injusticia. Y los niños sí que no olvidan el ejemplo que les damos, tanto cuando es bueno, como cuando no.

Pero tanto el perdón como la justicia son dos grandes valores. Y merece la pena hacer el esfuerzo por transmitirlos de la mejor manera, que es viviéndolos.