Endiablada tecnología
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Andaba el diablo pensando cómo ganar adeptos con la tecnología. Creó una página web, pero no recibía muchas visitas, la verdad. Montó un grupo de WhatsApp, y los únicos que se unían a él lo hacían para enviar bulos sobre aterradoras nuevas formas de secuestro o increíbles premios por no hacer nada. Su página de Facebook era un solar. Lo único que funcionaba un poco eran algunos anuncios y programas de la tele.
- ¿Pero no se supone que los jóvenes de hoy son buenos con la tecnología? ¡Sois un desastre! - gritaba a sus consejeros más malvados.
- Pero es que no les gusta el mal. Y además sus padres están cerca de ellos y les protegen de nosotros- se excusaba un diablillo.
- Vamos, que para que se vengan con nosotros antes habrá que separarlos de sus familias - dijo otro.
- Puff, eso sí que es difícil. Hoy en día en cuanto los dejan solos unos minutos los acusan de abandono y les retiran la custodia - se quejó el primero.
- Ya veo… separarlos de sus familias sin separarlos… Pensaré algo -concluyó el diablo.
Poco después cualquier niño tenía móvil con conexión a internet, y el diablo se paseaba orgulloso viendo cómo una niña de 11 años caminaba junto a sus padres con la mente puesta en otro lugar del que no volvería en horas. O se frotaba las manos pensando en el futuro de aquel otro niño de 12 años que acababa de instalar ese juego aparentemente inocente al que ya muchos adultos eran severamente adictos.
Pero aún quedaba un grupo de “irreductibles”. Eran padres que no terminaban de verlo claro, y querían resistirse. Entonces el equipo de marketing infernal pasó a la acción.
La campaña “Es muy cómodo. No dará guerra y siempre lo tendrás localizado” convenció a los más perezosos y los más cansados de luchar con sus hijos.
La campaña “Pobrecillo, se quedará aislado y no tendrá amigos” provocó la mayor furia compradora de móviles entre los padres deseosos de no llamar la atención o temerosos de ir contracorriente.
Y finalmente la campaña “No te preocupes y hazles caso, ellos son los que saben de esto”, inyectó en la sociedad la gran mentira de que por usar un móvil desde una edad temprana uno se convertía en experto en tecnología y se vacunaba contra todos sus peligros.
Así, lleno el mundo de niños aislados de sus familias, adictos, descentrados y vulnerables, el diablo se puso a recoger su cosecha.
FIN (mejor dicho, PRINCIPIO)
Por cierto, cualquier parecido de esta historia con la realidad no es mera coincidencia. Está pasando. Y es gravísimo.
ACLARACIÓN: por si hubiera dudas, no soy un “dinosaurio” que odia la tecnología. Me encanta y me gano la vida con ella. En casa tenemos múltiples ordenadores y tablets, y mis hijos saben mucho de tecnología (especialmente el mayor, a punto de cumplir 14). Simplemente pensamos que aún no tienen madurez para controlar un aparato que tanto nos cuesta saber usar a los adultos.