Hablemos en serio sobre el orden

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Después de las fiestas navideñas, tras las visitas de Papá Noel y los Reyes Magos, es muy habitual que uno pueda encontrarse la casa llena de juguetes, o cualquier otro tipo de cosa, tirados en cualquier sitio. Por eso hoy, además de publicar un nuevo cuento ilustrado sobre el tema del orden (muy recomendable para los más peques), quería hacer una reflexión sobre el verdadero sentido y significado del orden, que muchas veces dejamos un poco de lado. ¿Qué es el orden? ¿Cuál es la mejor edad para aprenderlo? ¿Porque es importante? Pero, sobre todo, ¿es tan importante?

La virtud del orden en la vida va mucho más allá de saber recoger un cuarto o tener la casa limpia. Vivir el orden significa, ante todo, saber que las cosas no dan igual: que hay sitios mejores que otros para guardar una cosa, que hay momentos mejores que otros para hacer una tarea, que hay lugares  mejores que otros para hacer una actividad. En definitiva, ser ordenado es saber qué es lo más apropiado para cada cosa y para cada momento. De ahí surge la verdadera importancia del orden, que muchas veces no sabemos reconocer: en última instancia el orden nos enseña a definir prioridades, y eso no deja de ser la respuesta a una pregunta que nos hacemos prácticamente todos los días a todas horas: ¿qué hago ahora? ¿trabajo o juego con los niños? ¿ Lo que tengo que hacer ahora es tan importante como para soltar las llaves aquí mismo o puedo dedicar tres segundos a dejarlas en su sitio?... Vamos, que la vida es un continuo de respuestas a ¿qué hago ahora?

Por eso el orden es una de las virtudes que los niños adquieren más pronto. Desde los dos años hasta los seis,  aproximadamente, los niños desarrollan su independencia, y para ello necesitan saber decidir qué es lo siguiente. No es casualidad que a esa edad estén especialmente  predispuestos para aprender a recoger, a seguir un horario, a distinguir sus primeras obligaciones, a diferenciar el juego de la comida o del sueño... Pero cumplidos los seis o siete años tienen que haber resuelto la forma de decidir qué hacer. Si para entonces no hemos sabido inculcarles esa definición de prioridades en que consiste el orden, terminarán resolviendo la cuestión a su manera, que suele ser bastante caótica. Por eso desde esa edad es mucho más difícil inculcar el orden a los niños. Pero no por ello dejará de ser igualmente importante, por lo que no debemos dejarlo de lado; simplemente, tendremos que ser más insistentes, y más capaces de mostrar los beneficios del orden. Pero ¿cuáles son esos beneficios? ¿Cómo enseñar a ser ordenados sin volverse un paranoico del orden?

Cuando un niño no es ordenado, el aspecto externo más fácilmente identificable es el desorden de sus cosas. Pero esto solo es un síntoma, y muchas veces nos centramos en corregir el síntoma, sin darnos cuenta de que solo se podrá cambiar yendo a las raíces del desorden. Además, como suele ser tan desesperante ver las cosas revueltas acompañadas de un desinterés manifiesto por ordenarlas, no dejamos de exigir al niño que recoja una y otra, y otra vez. Lo malo de esta situación es que transmitimos precisamente lo contrario de lo que es el orden: en la mente del niño aparece el recoger como la mayor y principal de las prioridades de sus padres,  especialmente de la madre, que en la mayoría de los casos es la que se encarga de "perseguirlo", y eso es algo que para él resulta imposible de comprender y de aceptar. "A mi madre lo único que le importa es que la casa esté limpia", es una de las frases y pensamientos más habituales de los niños. Visto en frío, después de todo lo que hacemos por ellos, no deja de ser una tragedia que los niños puedan llegar a pensar eso. 

Es por ello que para conseguir que los hijos sean ordenados hay que ir al fondo de las cosas: enseñarles a priorizar, que distingan lo importante de lo menos importante. Y eso se hace en todos los momentos del día, con nuestras decisiones, y nuestra forma de gastar el tiempo, y no sólo a la hora de recoger la casa. Porque, como los niños son tan personas como nosotros, en el fondo de su corazón perciben que hay cosas que valen más que otras, y esperan de nosotros que nuestros actos se lo confirmen. Por eso, no podrá transmitir orden quien por encima de la familia y las personas dedica todo el tiempo a trabajar (como mucho podrá transmitir algún otro tipo de obsesión, como la adicción a la limpieza), o quien ante un accidente casero comienza con la regañina antes incluso de comprobar si el niño está bien, o  quien muestra que le importa mucho más un suspenso en matemáticas que los continuos problemas del niño con sus compañeros,...

En definitiva, cuando sabemos dar a cada cosa su importancia, sabemos conducirnos mejor por la vida, y ésta se hace mucho mejor. Como también es mejor dedicar cinco segundos a dejar el pijama en su sitio por la mañana, en lugar de perder dos minutos por la noche buscándolo, o guardar los libros en las estanterías en lugar de hacerlo bajo de la cama, o tener un cajón para cada prenda el lugar de guardarlo todo revuelto. Y eso, decidir adecuadamente para mejorar nuestra vida, es la verdadera razón de ser del orden.