Uno de los mayores errores de los buenos padres

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No nos engañemos. Salvo algunas deplorables excepciones, todos somos buenos padres. O al menos eso pensamos: queremos lo mejor para nuestros hijos, estamos dispuestos a hacer renuncias por ellos, les queremos.

Pero tampoco nos engañemos. Con honrosas excepciones, tampoco lo estamos haciendo demasiado bien: no sabemos enseñarles respeto, o el valor del esfuerzo y el sacrificio, a mirar más allá de lo inmediato…

Que levante la mano quien no lo hace bien a propósito ¿Nadie? ¿Se puede decir entonces que todos queremos hacerlo bien?

En absoluto. Lo que queremos muchas veces los padres no es hacerlo bien, sino no hacerlo mal. Y no es un juego de palabras: son dos cosas bien distintas. Y sus efectos son muy diferentes.

Quien educa con miedo a equivocarse, quien educa para no fallar, hace mucho menos. “Yo nunca haría eso, no sea que…”, “Por si acaso, mejor no”, “Vamos a esperar a ver qué es lo que le gusta, porque nunca se sabe”,… Siempre hemos pensado, ante una pregunta de la que no sabemos la respuesta, que es mejor callarse que decir una tontería. Pero en educación eso no funciona así. La inacción y la falta de iniciativa tienen un coste mayor que poner en marcha algo que no funcione bien. Porque de lo que no funciona se aprende. De lo que no se hace, no se aprende. Y hay mucho que aprender. Como, por ejemplo, aprender a educar a cada hijo. Son distintos, y se educan uno a uno.

Quien educa con miedo al fallo también es como una veleta. No tiene convicciones, apunta donde sopla el viento. Cuando se trata de educar, ese viento cambiante puede ser la opinión de la suegra, el comentario de unos amigos, un programa de televisión, la cara de una señora en el mercado, el gesto de un maestro… Pero educar es guiar, mostrar el camino, y no se puede avanzar cambiando de dirección cada dos por tres. Así, lo único que se consigue es quedarse en el sitio de salida. Aunque sigamos un camino algo equivocado, si lo seguimos con decisión, avanzaremos hasta donde no se pueda seguir, y descubriremos que no era el camino adecuado. Entonces podremos dar la vuelta y caminar en otra dirección. Si hacemos eso, cuando volvamos al punto de inicio dejaremos atrás a todos aquellos que siguen dando vueltas sin llegar nunca a avanzar.

Por eso hay que educar sin miedo al error. Siento arruinarte la fiesta: si eres padre o madre te vas a equivocar mil veces. Pero si lo haces con criterio y convicción, tus hijos y tú iréis aprendiendo, y terminaréis avanzando. Como ves, después de todo, el miedo al error, en educación, es un gran error.